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miércoles, 19 de diciembre de 2007

Buscando la organización educativa del futuro....

La llamada ciencia nueva nos indica que la escuela y la educación deben ser repensadas y reinventadas seriamente para responder a los vertiginosos cambios en el conocimiento y encarar ese futuro que es presente súbito tomándonos por asalto y retando nuestro pensamiento y nuestros equipajes epistémicos e intelectuales. Ya no es posible encarar el proceso educativo en términos de la escuela convencional perfectamente localizada en un espacio plano, cerrado, donde tenían lugar la transmisión del saber anclada en una visión de uniformidad/simultaneidad del currículum incardinada a garantizar la homogeneización de las prácticas educativas en un espacio-tiempo determinado, donde la idea prevaleciente era la uniformar los procedimientos pedagógicos para que se enseñara en el mismo momento la misma cosa bajo la estructura del calendario escolar único.

En esta escuela la imagen del docente encontraba analogía en un sujeto ilustrado que tenía como propósito vehicular el saber hacia las nuevas generaciones, prepararlas para el futuro en aras de realizar el ideal de la modernidad cristalizado en el programa de libertad y felicidad apalancado por el progreso de la ciencia y la tecnología. Otros rasgos de esa escuela enuncian un espacio sujeto a controles, la idea de saber dividido en disciplinas y conocimientos estancos que deriva en la rígida fragmentación en departamentos, cátedras, materias. El gran lenguaje es el de la Escritura, la palabra escrita es capilar, lo cual se revela en las estrategias de aprendizaje y en las técnicas de evaluación y, finalmente, el currículum dominante enfatiza y consagra la división disciplinaria del conocimiento. En estos procesos se hace patente que la escuela envejece, lo de moderna más bien parece un sustrato muy alejado del presente, la sociedad toda está penetrada capilarmente por la globalización de la información y de las telecomunicaciones. La computadora pasa a ocupar un espacio central en el acceso a la información y al conocimiento en sintonía con una creciente autonomía de los nuevos actores estudiantiles; el gran sujeto ilustrado encarnado en la figura del profesor o maestro se debilita, ningún sujeto puede competir en conocimientos con las grandes autopistas de la información a través de Internet. Los avances del saber jalonados por el pensamiento complejo dan cuenta del conocimiento como “Holos”, una totalidad compleja que permite la intertextualidad de los saberes, la comunicación abierta entre ellos, lo cual deja en situación de avería las viejas divisiones en disciplinas y comienza a hablarse de enfoques integradores y transdisciplinarios. Finalmente, emergen lenguajes no escriturales y de hiperrealidades ligadas a la tecnología informática y la idea de uniformidad del currículum y de espacio escolar cerrado declina y pierde sentido ante las nuevas posibilidades comunicativas en el ciberespacio.

En consecuencia, asistimos hoy al declive de los presupuestos, principios y fundamentos que han caracterizado a la escuela hasta el presente. La llegada de la posmodernidad no es una metáfora de ocasión, por el contrario, ha dejado huellas profundas en el talante y modo de ser de la escuela.

El fin de la escuela en clave posmoderna significa que la difusión, transmisión y exploración de los saberes ya no requiere necesariamente un espacio cerrado y fijo sometido a excesivos controles bajo el formato de la fórmula “vigilar y castigar”.

La idea de un supersujeto del saber que ilumina a sus semejantes de generaciones nuevas para conducirlos por la avenida de lo cognitivo y de lo ético, ya no es posible sostenerla. Ella naufraga en el océano de las nuevas tecnologías de la información. Aquí el papel del docente se juega en sentido débil, pues si bien mantiene su papel orientador, está más bien llamado a cumplir una función asistencial y de suministro de condiciones objetivas de aprendizaje. Su condición de debilidad se hace patente en la evidencia de que ya no puede operar en el paradigma de que es dueño o depositario de todo el saber. La vieja visión aristotélica del sabio omniabarcante y totalizador cede el paso al sujeto desplegado desde los fragmentos del saber, autoconsciente de la imperfección de su propia “caja de herramientas”.

La concepción que ha escindido el saber en compartimientos estancos, trasladada a la organización académica para entronizar una división en disciplinas, departamentos y cátedras, entra también en crisis ante la irrupción de los paradigmas del pensamiento complejo y los enfoques transdisciplinarios.

La complejidad reportada desde la física hasta la biología molecular implica reconocer definitivamente que no hay franjas aisladas en el universo; luego, el conocimiento no debe fragmentarse en parcelas, áreas o disciplinas incomunicadas. Un pensamiento abierto inescindible del pensamiento complejo está llamado a recuperar el carácter rizomático del conocimiento, pensar el conocimiento desplegado como un follaje, de ramas que se entrelazan y se cruzan.
Esta lectura implica una nueva mirada para visitar los saberes, sin fronteras, sin linderos, saberes abiertos, amplios ventanales para la comunicación entre ellos, para viajar y recorrerlos sin los viejos límites y presupuestos de la edad de las disciplinas.

El ocaso de las disciplinas indica el comienzo de una nueva era del saber, la era de la hipercomunicación y de la transversalidad en el rico y plural paisaje del conocimiento. Lo Transdisciplinario es esencialmente encarar las realidades o los fenómenos del universo sin divisiones y sin viejos prejuicios, navegar entre los saberes sin estacionarse en uno u en otro y trazando líneas de comunicación entre la física, la historia, la poesía y las matemáticas y cualquier otra liana rizomática que pueda convocar al entendimiento.

Por su parte, la escritura está llamada a permanecer como lenguaje, su poder argumental y herramental ha rebasado con creces todas las pruebas, incluyendo las del tiempo. Pero, obviamente, la humanidad ha inventado y hecho suyos nuevos lenguajes y nuevas lógicas con las que ha de convivir queriéndolo o sin quererlo. En consecuencia, el lenguaje digital, el lenguaje-máquina, el lenguaje del código genético, lenguajes virtuales, nuevas notaciones musicales, lógicas del tiempo, lógicas deónticas, entre otros, atraviesan las redes semióticas y reclaman su espacio en un paradigma cognitivo de lo transcomplejo.

Las razones expuestas indican que la educación actual debe lidiar con el desafío que impone el pensamiento transcomplejo. Ello implica hacerse cargo transparadigmáticamente de un diálogo entre lo lógico y lo paralógico, lo racional y lo irracional, el azar y lo necesario, lo lineal y lo no-lineal, el orden y el desorden, la certidumbre y la incertidumbre, en relaciones abiertas, complejas y de complementariedad para asumir, sin tributo alguna a viejos esquemas unidimensionales, reduccionistas y mutilantes, la tarea desgarrada y, a la vez fecunda, que implica el acto de producción de conocimiento.

La educación repensada en un horizonte de futuro debe considerar a fondo lo que Edgar Morín llamó los siete saberes necesarios y que quedan condensados en las siguientes tesis:

1. Conocer lo que es conocer, cómo se produce el conocimiento.

2. los principios que rigen el conocimiento rebasando de plano el conocimiento fragmentario para acceder a lo global, lo complejo y el contexto.

3. Enseñar la condición humana en sus distintos bucles: (cerebro-mente cultura), (razón-afecto-impulso), (individuo-sociedad-especie).

4. Enfrentar las incertidumbres, más allá de las consabidas certezas enseñadas por la ciencia convencional.

5. Enseñar la identidad terrenal y el destino planetario del ser humano.

6. Enseñar la comprensión entre los seres humanos como antídoto para combatir racismos, xenofobias y desprecios y

7. Abordar la ética del género humano, condición para una verdadera democracia.


El verdadero cambio sustantivo y medular en la educación es un trastocamiento de las estructuras cognitivas tradicionales y en los modos de pensar que pase por la conversión de la universidad en multiversidad. Esto tan sólo significa abrir el espacio educativo hacia la proliferación de las ideas, el debate y los conocimientos. Hacer del espacio educativo un espacio más plural, aumentar el pluralismo en lugar de reducirlo.

Una visión antidogmática, antifundamentalista, debe ser el norte de una educación para el pensamiento complejo. El pensamiento único está en las antípodas del espíritu ilustrado. Si se habla de pluralidad y diálogo multicultural hay que ser consecuente exigiendo a la vez una postura antireduccionista en el campo
del pensamiento.

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